domingo, 17 de julio de 2011

LA GRAN ODALISCA DE INGRES

LA GRAN ODALISCA  1814 

LA GRAN ODALISCA
óleo sobre tela 
París, Museo del Louvre







Durante los primeros años de su estancia en Roma, Ingres sentaba las bases para su idea del desnudo, desarrollándola y alcanzando su máxima expresión en sus años de ancianidad. Si bien ignoramos cuándo comenzó a trabajar realmente en El baño turco, podemos afirmar que cincuenta años antes ya se había dedicado a los personajes, decorado y ambiente de esta obra singular. Se cree que el pintor se inspiró en un texto de la esposa de un diplomático destinado al imperio otomano. En Las cartas de Oriente de Lady Mary Montagu quedaba reflejado el interés creciente por lo oriental que ya desde el siglo anterior se iba adaptando al gusto rococó en la sociedad europea.

Victor Hugo, Lord Byron y Delacroix son ejemplos de ello junto a las esclavas blancas y odaliscas de Ingres.Al contrario que otros artistas más comprometidos con lo oriental desde el punto de vista político, Ingres introduce en sus lienzos motivos exóticos de forma moderada y estéticamente prudente: a lo sumo pañuelos con motivos orientales y pesadas joyas que cubren delicadamente los cuerpos de las odaliscas. Lo importante es el cuerpo desnudo femenino en reposo. Sensualidad y erotismo que los contemporáneos del artista veían tan sólo en las musulmanas. Delacroix decía al respecto:

”Un instante de felicidad y extraña fascinación… He aquí la mujer como yo la imagino que ya no se lanza de lleno a la vida, sino que se retira al corazón de la misma, allí donde se consuma con el mayor secreto, voluptuosidad y emoción.”

No vayan a pensar ustedes que a pesar del auge de la estética oriental, la sociedad de la época la imitaba de natural manera. En la Europa de Ingres no se disfrutaba en público de los placeres del baño. Es más, los parisinos solían bañarse una vez al año (evitaré comentario alguno al respecto y al mundo de los perfumes) y encerrados en sus dormitorios, aunque en 1831 ya utilizaban una de las 1059 bañeras que 78 empresas especializadas les hacían llegar a sus domicilios con agua caliente incorporada. ¡Un lujo asiático! ¿no creen?

Además de esta especie de Telepizza de bañeras existía un baño turco en la Rue du Temple. La media luna que resplandecía sobre la puerta de entrada permitía que por treinta sous se disfrutara de un baño “à la Mahoma” con esencias orientales y acompañamiento musical.

Así como Lady Montagu relataba que en el baño de mujeres de Adrianópolis no se permitía la entrada a los hombres bajo pena de muerte, en el establecimiento de la Rue du Temple, los encuentros secretos entre amantes era de lo más frecuente. Vestidos con indumentaria femenina, los hombres accedían al local furtivamente donde su amada les recibía complaciente en la bañera. Ni qué decir tiene que las bañeras estaban divididas en compartimentos separados.

Independientemente de la existencia de este local, Ingres y sus contemporáneos conocían los baños turcos sólo a través de los autores de la Antigüedad que habían resurgido en su memoria en el siglo XVIII con las excavaciones de Pompeya y Herculano y con el impulso hacia lo clásico de la Revolución Francesa.

Al igual que en lienzo que comentamos, Ingres tiene en la línea su reina y en el color la sirviente. A pesar de las numerosas figuras que conforman el escenario de El baño turco, el orden y la calma rigen este cuadro que concebido en principio como rectangular pasó en 1863 a convertirse en un tondo.


MUJER EN EL BAÑO  1808
óleo sobre tela 
146x 97 ,5 cm
París , Museo del Louvre



Ingres sentía veneración por los clásicos y por su propio arte. No permitía que nada ni nadie se interpusiera entre su pintura y su persona. Y nada era también su vida privada. Tras romper su compromiso con una bailarina que, a juicio del pintor, constituía una amenaza para su pintura, confió a sus amigos la elección de una nueva esposa que le garantizara el reposo emocional y la exclusividad que él se merecía. La joven Madelaine que le acompañara durante 36 años le sería fiel al artista y le garantizaría la tranquilidad que su esposo tanto requería. Cuentan que por sus paseos por Roma, la dedicada Madelaine acostumbraba a cubrir los ojos del pintor con la punta de su chal para preservarle de la desagradable visión de contemplar a un mendigo por la calle.

Ya ven ustedes que las excentricidades de nuestro Ingres no tienen nada que envidiar a las de nuestros famosos de hoy en día. A su vuelta de París en 1824, Ingres gozaba de una gran reputación y era aceptado por el público de forma incondicional. Géricault con su Balsa de La Medusa (que ya tuvimos ocasión de ver) y Delacroix con La matanza de Quíos habían incomodado sobradamente al poder político con su rebeldía mostrando el caos, el dolor y la fealdad.
Al contrario que éstos, Ingres fue recibido con los brazos abiertos por la clase dirigente en una retroalimentación que permitía al pintor dedicarse cada vez con más entrega a su arte.

Se dice que sus alumnos le consideraban demasiado severo ya que les hacía copiar y copiar sin descanso porque “el arte (según Ingres), para vivir, ha de volverse hacia el pasado”. Ayer me preguntaba un lector la razón por la que Ingres repetía en muchas de sus obras la misma figura. Muchos han sido los que han reprochado al pintor su falta de fantasía y la ausencia de imaginación. La arrogancia de Ingres queda patente incluso cuando retoma motivos de otros artistas y dice: ”Mi cuadro me pertenece, le he impuesto mi garra”.

Su reputación como retratista de personajes adinerados de la época de la Restauración y el segundo Imperio le hacía gozar de una situación privilegiada. Como diríamos ahora, los tenía en el bote. Cómo no va a ser así si como dijera el crítico Elie Faure, Ingres sabía como nadie ”cómo balancear las barrigas de los burgueses y el pecho de sus señoras”. Sin embargo no le gustaba hacer retratos pero esta labor le permitía estar cerca de hermosas damas de la alta sociedad.

Aunque Baudelaire escribiera sobre Ingres que las mujeres hermosas, radiantes de salud y de naturaleza sosegada constituían la alegría del pintor, el médico francés Laignel-Lavastine pone en tela de juicio la salud de estas modelos. El diagnóstico: una deficiencia de tiroides cuya descripción concuerda íntegramente con la odalisca de los brazos levantados que se estira en la parte inferior derecha de “El baño turco”. Su esposa Madelaine fue la modelo en esta ocasión según un boceto de 1818. según Laignel-Lavastine, la actividad favorita de la joven esposa era tumbarse en el sofá y pensar lo menos posible. ¡Buen tipo este médico!

Aunque desconozco los nombres de aquellos que hablaron sobre “El baño turco”, no quiero negarles el placer de hacerles partícipes de algunos de los comentarios que suscitó la obra. Desde “representación de bestias sin cerebro” a “lata llena de gusanos” pasando por “criadero de champiñones”. Ni qué decir tiene que aquellos que la aclamaron la definieron como “la novena sinfonía del eterno femenino”.

Mercedes Tamara 
17 julio 2011



Bibliografia : Museo del Louvre Edit Uffnann

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