CRISTO EN CASA DE MARTA Y MARIA 1655
viernes, 26 de diciembre de 2014
viernes, 5 de diciembre de 2014
SOLDADO CON MUCHACHA SONRIENTE JOHANES VERMEER
SOLDADO CON MUCHACHA SONRIENTE 1658
domingo, 30 de noviembre de 2014
PAISAJE COSTERO GUILLERMO GOMEZ GIL
La producción de Gómez Gil está centrada casi exclusivamente en las marinas. Durante décadas le preocupó el mar en sí mismo, como un medio que le permitía experimentar con el color y la luz reflejados sobre su superficie, pero a partir de finales del siglo XIX muestra interés por personalizarlo. Dentro de esta línea habría que encuadrar la obra que nos ocupa.
Relacionar esta tendencia con la producción de Gómez Gil, y concretamente con esta obra, es hacerlo con su estancia madrileña y su posible vinculación con Casto Plasencia o con el Círculo de Bellas Artes de Madrid, que se decidieron por un paisaje abrupto de costas, acantilados y puertos del agresivo y accidentado litoral del norte, en las últimas décadas del XIX.
Sin embargo, la marina que estamos tratando no deja de estar en la línea de esos paisajes finiseculares de vinculación al plenairismo haesiano, e incluso del de Beruete, pero que, llenos de resabios académicos, no llegan a plantearse del todo la investigación de la atmósfera o la de la superficie a partir de la fuerza de la mancha y de la pasta, sino que efectúan un trabajo en el que difícilmente falta cierta suavización del tema mediante la elección de la luz ambiental o de los encuadres.
Relacionar esta tendencia con la producción de Gómez Gil, y concretamente con esta obra, es hacerlo con su estancia madrileña y su posible vinculación con Casto Plasencia o con el Círculo de Bellas Artes de Madrid, que se decidieron por un paisaje abrupto de costas, acantilados y puertos del agresivo y accidentado litoral del norte, en las últimas décadas del XIX.
Sin embargo, la marina que estamos tratando no deja de estar en la línea de esos paisajes finiseculares de vinculación al plenairismo haesiano, e incluso del de Beruete, pero que, llenos de resabios académicos, no llegan a plantearse del todo la investigación de la atmósfera o la de la superficie a partir de la fuerza de la mancha y de la pasta, sino que efectúan un trabajo en el que difícilmente falta cierta suavización del tema mediante la elección de la luz ambiental o de los encuadres.
La luz es, por otra parte, el elemento por el que la obra expresa su traducción del nuevo concepto de modernidad, pero está presente sin conseguir una clara definición por la línea de expresión de la mediterraneidad o por la de la dramatización del regeneracionismo en manos castellanas o vascas. La superficie está construida a base de zonas trabajadas con una pasta y unas pinceladas fluidas y suaves, contrastando las zonas de luz, para conseguir efectos llamativos de características escenográficas.
Estos procedimientos acercan la obra de Gómez Gil al uso de estereotipos empleados en el paisajismo de fin de siglo.
En Paisaje costero, Gómez Gil actúa como un pintor interesado por la fijación precisa y minuciosa del entorno, empleando una técnica que denuncia esa postura objetivista en donde el protagonismo de la luz significa el testimonio de veracidad, recordándonos a tomas de la naturaleza realizadas por Beruete, pero sin ese punto de dureza reivindicativa y militante propio de sus paisajes, sino en clave de lo amable y dulcificado.
Bibliografía : Teresa Sauret Guerrero: Colecc Carmen Thyssen Museo de Málaga
Estos procedimientos acercan la obra de Gómez Gil al uso de estereotipos empleados en el paisajismo de fin de siglo.
En Paisaje costero, Gómez Gil actúa como un pintor interesado por la fijación precisa y minuciosa del entorno, empleando una técnica que denuncia esa postura objetivista en donde el protagonismo de la luz significa el testimonio de veracidad, recordándonos a tomas de la naturaleza realizadas por Beruete, pero sin ese punto de dureza reivindicativa y militante propio de sus paisajes, sino en clave de lo amable y dulcificado.
Mercedes Tamara
30-11-2014
Bibliografía : Teresa Sauret Guerrero: Colecc Carmen Thyssen Museo de Málaga
jueves, 13 de noviembre de 2014
BARBARA WILLIERS , DUQUESA DE CLEVERLAND COMO SANTA CATALINA SIR PETER LELY
BARBARA WILLIERS , DUQUESA DE CLEVERLAND COMO SANTA CATALINA 1665-1667
domingo, 9 de noviembre de 2014
NIÑOS COMIENDO UVA Y MELÓN BARTOLOMÉ ESTABAN MURILLO
NIÑOS COMIENDO UVA Y MELÓN 1650-1655
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Niños comiendo uva y melón -oleo sobre lienzo 145,9 x 105,6 cm Münich, Alte Pinakothek |
Este cuadro es junto con el del Niño espulgándose del Louvre, testimonio excepcional de la pintura de género que tanto abunda en la producción temprana de Murillo . Por su tema está a caballo entre el cuadro del Louvre mencionado y las obras de contenido infantil de la Alte Pinakothek de Múnich . Aunque los niños son dos mendigos harapientos , la atmósfera general del cuadro es más bien alegre y lúdica y poco o nada tiene que ver con la del cuadro de la pinacoteca francesa.
En vez de representar la cruda realidad de la infancia en Sevilla en crisis , Murillo opta por la vía de la evasión y de lo pintoresco. El artista sevillano es el campeón indiscutible de esta modalidad durante su siglo, lo que explica el inusitado interés que despertó dentro y fuera de España.
El cuadro muestra a dos muchachos que cruzan una mirada cómplice mientras comen un melón que acaban de abrir con una navaja y las uvas de una cesta de mimbre. Los dos chavales parecen unos pícaros que hubieran robado la fruta y se estuvieran deleitando con el festín . A diferencia de otros cuadros de este género ambientados al aire libre , la escena se sitúa en un lugar indeterminado que, al igual que en el cuadro del Niño espilgándose parece un interior. Ello permite a Murillo dirigir la luz artificialmente para describir con todo lujo de detalles los bodegones de fruta , así como la anatomía de los muchachos. El escorzo con el que están pintadas las cabezas y el brazo izquierdo del niño que come uvas es un ejemplo indiscutible del magistral talento del artista.
Mercedes Tamara
9-11-2014
Bibliografía: ARTEHISTORIA
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miércoles, 5 de noviembre de 2014
BAILANDO MANUEL CABRAL AGUADO BEJARANO
En los últimos años de su vida, este artista hubo de ver cómo la tradición de la pintura romántica, que había venido realizando desde su juventud, se había agotado prácticamente. Sin embargo, y pese a haber incidido levemente en el ejercicio de pinturas historicistas y realistas, siguió pintando obras de temas costumbristas como esta escena que comentamos, ejecutada solamente dos años antes de su fallecimiento.
El asunto de esta pintura no deja de pertenecer a la visión amable e intrascendente que este artista había entendido siempre de la vida cotidiana. Por otra parte, se advierte que en ese punto final de su vida renuncia a composiciones complejas y realiza obras de sencilla plasmación y con un solo personaje. Así, en esta obra describe un patio en el que sobre una mesa baila una joven que dirige su mirada hacia el punto de vista del espectador, donde probablemente hay una persona que la mira. En torno la mesa sólo hay dos sillas, lo que indica que la joven está bailando para su cortejador o enamorado cuyo sombrero de catite está en el suelo. Allí aparece también una botella y un plato roto que aluden a la precipitación con que se ha limpiado la mesa para que la joven pudiera bailar sobre ella. Es, pues, una pequeña fiesta privada entre dos enamorados la que el artista describe.
El asunto de esta pintura no deja de pertenecer a la visión amable e intrascendente que este artista había entendido siempre de la vida cotidiana. Por otra parte, se advierte que en ese punto final de su vida renuncia a composiciones complejas y realiza obras de sencilla plasmación y con un solo personaje. Así, en esta obra describe un patio en el que sobre una mesa baila una joven que dirige su mirada hacia el punto de vista del espectador, donde probablemente hay una persona que la mira. En torno la mesa sólo hay dos sillas, lo que indica que la joven está bailando para su cortejador o enamorado cuyo sombrero de catite está en el suelo. Allí aparece también una botella y un plato roto que aluden a la precipitación con que se ha limpiado la mesa para que la joven pudiera bailar sobre ella. Es, pues, una pequeña fiesta privada entre dos enamorados la que el artista describe.
Hay en la pintura detalles de cierto interés, como el fondo vegetal del patio cerrado por una frondosa vegetación, que el artista ha descrito con su habitual habilidad.
Bibliografía : Enrique Valdivieso, Museo Carmen Thyssen Bornemizsa, Málaga
Mercedes Tamara
5-11-2014
Bibliografía : Enrique Valdivieso, Museo Carmen Thyssen Bornemizsa, Málaga
sábado, 1 de noviembre de 2014
MUÑECA ABANDONADA EMILIO SALA FRANCÉS
- MUÑECA ABANDONADA S/ F
Mercedes Tamara
1-11-2014
Bibliografía : Carmen Gracia, Museo Carmen Thyssen de Málaga
miércoles, 15 de octubre de 2014
EL PRÍNCIPE DON CARLOS ALONSO SÁNCHEZ COELLO
EL PRÍNCIPE DON CARLOS 1557-15579
jueves, 25 de septiembre de 2014
PESCANDO MANUEL GARCÍA RODRIGUEZ
El paisajismo sevillano, como género nuevo que irrumpe en la sociedad romántica andaluza, tuvo un claro origen y punto de partida en el cultivo del denominado «paisaje de composición» y las «vistas topográficas» desarrolladas por los viajeros, visitantes ingleses y franceses en su mayoría, durante la primera mitad del siglo XIX.
Estos conceptos de entender y construir el paisaje desde el punto de vista pictórico, fueron adoptados y desarrollados igualmente por los pintores románticos locales, entre los que sobresalió por su especial capacidad Manuel Barrón y Carrillo, profesor en la academia sevillana, donde se formarán la mayoría de los pintores sevillanos de la segunda mitad de siglo, entre los que se hallaban los futuros paisajistas que asimilaron estos principios y de los que cabría mencionar a Romero Barros, Sánchez-Perrier, A. Cánovas y el mismo García Rodríguez, entre otros.
Con estos antecedentes, no ha de parecer extraño que ya entrados el siglo XX, precisamente en 1907 –año del fallecimiento de Emilio Sánchez-Perrier, compañero precoz de nuestro autor en tareas paisajísticas–, un pintor sevillano como García Rodríguez continuase con este tipo de producciones, siempre realizadas a partir de apuntes y notas del natural, luego trabajadas o reinterpretadas en el taller. En el caso de García Rodríguez se trata generalmente de obras luego ensambladas a modo de escenografía construida intencionadamente y donde se ponen en valor los elementos pintorescos a los que se de tono naturalista, al que se le incorporan algunos efectos de luz; una preocupación muy del momento en la pintura sevillana.
La escena se abre al espectador –como en Martín Rico y Emilio Sánchez-Perrier– con un primer plano de aguas y reflejos, donde un grupo de personajes, en una barca y en el embarcadero, animan y justifican la composición desde la mentalidad costumbrista. La pareja de hortelanas que atienden la barca sobre las gradas ribereñas presenta algunos detalles que informan de una atención descriptiva de los tipos: una de ellas, sentada, espera al sol cubriéndose la cabeza con el abanico desplegado, en una popular y garbosa postura andaluza. Tras ellas se abre un cancelín con trepadoras y zarzas que da entrada a un camino y a una antigua y fértil huerta a orillas del Guadalquivir, cobijada por álamos, adelfas y viejos cipreses. A la izquierda, la linde ribereña de la finca se cierra con una hilera de pitas, más propia de márgenes de veredas y lindes en la campiña, sobre la cual se sitúa el horizonte con el perfil de la ciudad, con cúpula barroca y, en último término, la Giralda.
Estos conceptos de entender y construir el paisaje desde el punto de vista pictórico, fueron adoptados y desarrollados igualmente por los pintores románticos locales, entre los que sobresalió por su especial capacidad Manuel Barrón y Carrillo, profesor en la academia sevillana, donde se formarán la mayoría de los pintores sevillanos de la segunda mitad de siglo, entre los que se hallaban los futuros paisajistas que asimilaron estos principios y de los que cabría mencionar a Romero Barros, Sánchez-Perrier, A. Cánovas y el mismo García Rodríguez, entre otros.
Con estos antecedentes, no ha de parecer extraño que ya entrados el siglo XX, precisamente en 1907 –año del fallecimiento de Emilio Sánchez-Perrier, compañero precoz de nuestro autor en tareas paisajísticas–, un pintor sevillano como García Rodríguez continuase con este tipo de producciones, siempre realizadas a partir de apuntes y notas del natural, luego trabajadas o reinterpretadas en el taller. En el caso de García Rodríguez se trata generalmente de obras luego ensambladas a modo de escenografía construida intencionadamente y donde se ponen en valor los elementos pintorescos a los que se de tono naturalista, al que se le incorporan algunos efectos de luz; una preocupación muy del momento en la pintura sevillana.
La escena se abre al espectador –como en Martín Rico y Emilio Sánchez-Perrier– con un primer plano de aguas y reflejos, donde un grupo de personajes, en una barca y en el embarcadero, animan y justifican la composición desde la mentalidad costumbrista. La pareja de hortelanas que atienden la barca sobre las gradas ribereñas presenta algunos detalles que informan de una atención descriptiva de los tipos: una de ellas, sentada, espera al sol cubriéndose la cabeza con el abanico desplegado, en una popular y garbosa postura andaluza. Tras ellas se abre un cancelín con trepadoras y zarzas que da entrada a un camino y a una antigua y fértil huerta a orillas del Guadalquivir, cobijada por álamos, adelfas y viejos cipreses. A la izquierda, la linde ribereña de la finca se cierra con una hilera de pitas, más propia de márgenes de veredas y lindes en la campiña, sobre la cual se sitúa el horizonte con el perfil de la ciudad, con cúpula barroca y, en último término, la Giralda.
El conjunto muestra un evidente y aleatorio resultado compositivo inspirándose en los alrededores y fincas rústicas próximas a Sevilla (lugares predilectos, junto con la pintoresca y exuberante ribera de Alcalá de Guadaíra, de los primeros plenairistas sevillanos, entre ellos García Rodríguez). Pero la valoración estricta de los efectos de la pintura al aire libre dista mucho de los objetivos de esta obra. Es más una escenografía a partir de notas, recuerdos e impresiones, también lumínicas, retenidas a partir del natural, donde predomina más lo popular, las costumbres y en general lo pintoresco, que la captación de la luz en sí misma.
De manera global, la obra paisajística de García Rodríguez viene a suponer, con respecto al paisaje de tono naturalista, lo que la pintura costumbrista de tipos y anécdotas a la pintura realista de figuras. Se trata de una pintura vinculada siempre al fenómeno comercial y social del tableautin. La escena trivial que muestra esta obra, amable de circunstancias y situaciones, envuelto en un paisaje pintoresco y teatral, viene a confirmar estas premisas.
Bibliografía : Juan Fernández Lacomba. Museo Carmen Thyssen, Málaga
De manera global, la obra paisajística de García Rodríguez viene a suponer, con respecto al paisaje de tono naturalista, lo que la pintura costumbrista de tipos y anécdotas a la pintura realista de figuras. Se trata de una pintura vinculada siempre al fenómeno comercial y social del tableautin. La escena trivial que muestra esta obra, amable de circunstancias y situaciones, envuelto en un paisaje pintoresco y teatral, viene a confirmar estas premisas.
Mercedes Tamara
25-09-2014
miércoles, 24 de septiembre de 2014
AMANECER Y CLARO DE LUNA GUILLERMO GÓMEZ GIL
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Amanecer óleo sobre lienzo 43 x 53 cm Colección Carmen Thyssen en préstamo al Museo Thyssen, Málaga |
Hubo un momento en la carrera de Guillermo Gómez Gil en el que, avalado por la aceptación que había logrado con su particular manera de interpretar el paisaje, no tuvo inconveniente en utilizar un patrón de fácil resolución y de óptimos resultados al que sometía a escasas variantes y con el que conseguía espectaculares resultados.
Este esquema consistía en vistas marinas en las que el tema se centraba en las variaciones lumínicas. Con un punto de vista bajo y desde la orilla, el mar se plantea desde su inmensidad mediante un resbalar la vista por su superficie, habitualmente serena y sólo activada por suaves olas que acarician la orilla. El horizonte, a dos tercios del límite inferior del encuadre, divide la escena en dos zonas que quedan contrastadas por las tonalidades que la ocupan: la inferior dominada por los verdes marinos y la superior por un cielo que suele teñirse de cálidos rojos anunciando atardeceres o amaneceres, como es el caso que nos ocupa.
A veces, la silueta de una costa nos invita a identificar el espacio. Otras, como en este Amanecer, ausente el litoral, se adivina en una orilla a la que se asoman rocas.
Pese a esta insistencia en repetir esquemas a los que aplica escasas variantes, estas «marinas» de Gómez Gil no están exentas de personalidad. El pintor consigue individualizarlas con la precisa fijación de la hora lumínica, nunca la misma, siempre aportando matices personales y diferenciadores a sus obras.
Sin duda, detrás de esa postura comercial, Gómez Gil no renuncia a expresarse dentro de los lenguajes de la modernidad, aunque con sus reiteraciones nos tiente considerarlo como un pintor dado a la comercialización, como hicieran también un Modesto Urgell o un Meifrèn, por citar a dos pintores que pueden relacionarse con la postura estética, y práctica, de Gómez Gil.
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Ciertamente, en las poetizaciones basadas en el color y en unas determinadas condiciones lumínicas hay un ejercicio neorromántico, en cuanto expresión de esa espiritualidad modernista del cruce del siglo pasado. Es palpable, asimismo, una implicación con el realismo finisecular que insiste, como postura de modernidad, en no manipular al espectador relatando únicamente lo que perciben sus ojos.
Este esquema consistía en vistas marinas en las que el tema se centraba en las variaciones lumínicas. Con un punto de vista bajo y desde la orilla, el mar se plantea desde su inmensidad mediante un resbalar la vista por su superficie, habitualmente serena y sólo activada por suaves olas que acarician la orilla. El horizonte, a dos tercios del límite inferior del encuadre, divide la escena en dos zonas que quedan contrastadas por las tonalidades que la ocupan: la inferior dominada por los verdes marinos y la superior por un cielo que suele teñirse de cálidos rojos anunciando atardeceres o amaneceres, como es el caso que nos ocupa.
Pese a esta insistencia en repetir esquemas a los que aplica escasas variantes, estas «marinas» de Gómez Gil no están exentas de personalidad. El pintor consigue individualizarlas con la precisa fijación de la hora lumínica, nunca la misma, siempre aportando matices personales y diferenciadores a sus obras.
Sin duda, detrás de esa postura comercial, Gómez Gil no renuncia a expresarse dentro de los lenguajes de la modernidad, aunque con sus reiteraciones nos tiente considerarlo como un pintor dado a la comercialización, como hicieran también un Modesto Urgell o un Meifrèn, por citar a dos pintores que pueden relacionarse con la postura estética, y práctica, de Gómez Gil.
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Claro de luna óleo sobre lienzo 43 x 63 Colección Carmen Thyssen en préstamo al Museo Carmen Thyssen, Málaga |
Ciertamente, en las poetizaciones basadas en el color y en unas determinadas condiciones lumínicas hay un ejercicio neorromántico, en cuanto expresión de esa espiritualidad modernista del cruce del siglo pasado. Es palpable, asimismo, una implicación con el realismo finisecular que insiste, como postura de modernidad, en no manipular al espectador relatando únicamente lo que perciben sus ojos.
Combinando realismo con idealismo mediante ese sabio ensamblaje entre la transmisión directa de las formas y la poetización de los tonos, gracias a los cuales la realidad transciende al plano de lo sentido e imaginado, Gómez Gil participa en las poéticas simbolistas no alejadas de la intención prerrafaelista que en Cataluña se está practicando en esos años. Por último, una cierta tendencia a la fragmentación de la pincelada, por sutil que sea su materialización, nos habla de una apuesta por la tendencia, de la modernidad finisecular, a exaltar los detalles para crear un estado de ánimo, que bien puede enlazar con ese entendimiento sobre la subjetividad del color y la interpretación de la emociones a partir de un paisaje –en este caso del mar– que para los simbolistas de ese fin de siglo, como pueda ser Azorín, era sinónimo de modernidad.
Con todo ello, este Amanecer –obra fechable a partir de la segunda década del siglo XX– nos abre a las diferentes actitudes adoptadas por los pintores españoles en relación con la modernidad europea.
Por otra parte, Claro de luna es de los cuadros de la producción de Gómez Gil en los que el efectismo poético es el protagonista del cuadro. Pertenece a un modelo que llega a estandarizar a base de títulos como Puesta de sol, Efecto de luna, Una borrasca y Sol poniente, que repite hasta el cansancio en las exposiciones nacionales y provinciales en las que participa y que indican que el interés del artista es reflejar la luz sobre el mar desde sus condiciones efectistas. El territorio se convierte en mera referencia que centra el paisaje, pero es el mar, la luz sobre el mar, el verdadero tema del cuadro, hasta el punto que técnicamente se plasma con un sistema de pinceladas que aplica la pasta en pequeños y espesos toques que aumentan la materialidad de la superficie registrada y da la sensación de vitalidad de la materia. La soltura de pincel quiere significar una opción estética en la que la mancha, la superficie pictórica, se independiza, y junto al color son los únicos constructores de la obra. Esta opción renovadora se devalúa cuando la asociamos a la carga de efecto que se le aplica con los juegos tonales y nos vuelve a condicionar su lectura hacia los parámetros de lo comercial y conservador, sin que con ello la obra pierda interés.
La estandarización se comprueba igualmente en el uso de esquemas compositivos: el litoral y el horizonte marcan el perfil superior; el mar, violentado por el reflejo de luz, en este caso de la luna, es el punto de atracción de la obra y el elemento jerarquizador de la misma; y la rompiente, con espuma marina y rocas, marca el límite inferior en esquema que se repetirá sin apenas variantes en su larga producción. El carácter comercial de esta obra nos lo dan también las medidas, de escasamente medio metro. Con ella, Guillermo Gómez Gil se inserta en el paisajismo español de fin de siglo, asociable a los movimientos renovadores, pero en la línea menos desgarrada y programática, como un digno representante de un espacio que prefería el aspecto de lo nuevo sin la incomodidad que producía la provocación rupturista.
Bibliografía :Teresa Sauret Guerrero, Colección Carmen Thyssen Museo
Thyssen, Málaga
Con todo ello, este Amanecer –obra fechable a partir de la segunda década del siglo XX– nos abre a las diferentes actitudes adoptadas por los pintores españoles en relación con la modernidad europea.
Por otra parte, Claro de luna es de los cuadros de la producción de Gómez Gil en los que el efectismo poético es el protagonista del cuadro. Pertenece a un modelo que llega a estandarizar a base de títulos como Puesta de sol, Efecto de luna, Una borrasca y Sol poniente, que repite hasta el cansancio en las exposiciones nacionales y provinciales en las que participa y que indican que el interés del artista es reflejar la luz sobre el mar desde sus condiciones efectistas. El territorio se convierte en mera referencia que centra el paisaje, pero es el mar, la luz sobre el mar, el verdadero tema del cuadro, hasta el punto que técnicamente se plasma con un sistema de pinceladas que aplica la pasta en pequeños y espesos toques que aumentan la materialidad de la superficie registrada y da la sensación de vitalidad de la materia. La soltura de pincel quiere significar una opción estética en la que la mancha, la superficie pictórica, se independiza, y junto al color son los únicos constructores de la obra. Esta opción renovadora se devalúa cuando la asociamos a la carga de efecto que se le aplica con los juegos tonales y nos vuelve a condicionar su lectura hacia los parámetros de lo comercial y conservador, sin que con ello la obra pierda interés.
La estandarización se comprueba igualmente en el uso de esquemas compositivos: el litoral y el horizonte marcan el perfil superior; el mar, violentado por el reflejo de luz, en este caso de la luna, es el punto de atracción de la obra y el elemento jerarquizador de la misma; y la rompiente, con espuma marina y rocas, marca el límite inferior en esquema que se repetirá sin apenas variantes en su larga producción. El carácter comercial de esta obra nos lo dan también las medidas, de escasamente medio metro. Con ella, Guillermo Gómez Gil se inserta en el paisajismo español de fin de siglo, asociable a los movimientos renovadores, pero en la línea menos desgarrada y programática, como un digno representante de un espacio que prefería el aspecto de lo nuevo sin la incomodidad que producía la provocación rupturista.
Mercedes Tamara
24-09-2014
Thyssen, Málaga
sábado, 20 de septiembre de 2014
JULIA RAMÓN CASAS I CARBÓ
Entre las amplias producciones pìctóricas de Ramon Casas tienen un especial protagonismo los retratos de tipos femeninos, que constituyeron la esencia misma de su actividad como cartelista, y que, por tanto, fueron también vistos a través de los pinceles del artista con una intención esencialmente sensual y decorativa, casi siempre haciendo posar a sus modelos en actitudes veladamente provocativas e insinuantes.
Una de sus preferidas fue Julia Peraire, la bella vendedora de lotería de la plaza de Cataluña, a la que Casas conoció en la tertulia de la Maison Dorée. Deslumbrado por la lozanía de su juventud –ya que contaba veinticinco años menos que el pintor–, y tras varios años de vida en común, llegaron a casarse el 29 de septiembre de 1922, falleciendo algún tiempo después de su esposo, el 17 de enero de 1941.
Así, Ramon Casas retrataría a su amante en las más variadas indumentarias y poses, la mayoría de los casos con resultados no por convencionales menos atractivos, supliendo con gran instinto su aparente ausencia de expresión con la especial sensibilidad que Casas tuvo siempre en el uso del color, y con su intuición para reflejar de forma discreta pero claramente palpable los más leves rasgos de la capacidad de insinuación de la mujer, verdadera clave de su clamoroso éxito en este género que agotó hasta la saciedad en sus últimos años.
En esta ocasión posa sentada, con los brazos en jarras en actitud castiza y casi desafiante, ataviada con la más típica indumentaria española. Así, viste una torera de intenso rojo bordada en negro, sobre un chaleco de reflejos plateados, en perfecta armonía con el color del vestido, la peineta y las flores con que se adorna la cabeza, dentro del gusto tan característico por la espagnolade más tópica, de que hicieron gala tanto los artistas franceses como muchos de los pintores españoles que residieron en París a partir de la segunda mitad del siglo XIX para dar gusto a su clientela extranjera, y del que Casas participaría muy especialmente, llegando a autorretratarse ya en 1883, en su más temprana juventud, con traje andaluz y empinando una bota.
Curiosamente, en este lienzo concurre en Casas una especial proximidad con el arte de algunos de sus contemporáneos, mostrando rasgos de la técnica de Toulouse-Lautrec en el tratamiento de la falda, modelada a base de líneas paralelas. También evoca la etapa azul de Picasso en el desarrollo cromático del retrato, e incluso se aproxima al propio Ignacio Zuloaga, en principio tan alejado de los planteamientos plásticos del catalán, pero al que también recuerda, fundamentalmente en el juego cromático del rojo y el negro en contraste con la blancura nacarada de las carnaciones de la modelo, de perfiles suaves y mórbidos, y la frialdad casi metálica del vestido y el fondo neutro ante el que posa la mujer, resuelto a base de restregar el óleo sobre la tela, con una nada disimulada carga erótica al mostrar el cuello desnudo y el generoso escote de la bella modelo, su mirada directa con un toque arrogante dirigida al espectador y su boca discretamente pintada de carmín.
El sonido ha de datarse en fecha muy próxima al retrato de Julia con mantilla firmada por el artista en 1914, en el que los rasgos de la mujer aparentan edad muy semejante
Mercedes Tamara
20-09-2014
Bibliografía : Colección Carmen Thyssen Málaga
jueves, 4 de septiembre de 2014
LA LECHERA DE JOHANNES VERMEER
LA LECHERA 1658
viernes, 29 de agosto de 2014
MUCHACHA CON VELO JAN VERMEER
MUCHACHA CON VELO 1666
miércoles, 27 de agosto de 2014
LA JOVEN DE LA PERLA JOHANES VERMEER
LA JOVEN DE LA PERLA 1865
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La joven de la perla óleo sobre lienzo 44,5 x 39 cm La Haya, Koninklijk Kabinet Mauritshuis |
Se sabe por los documentos que Vermeer pintó más de una vez una tronie: se trataba de un género bastante difundido que constituye una especie de mezcla entre el retrato con disfraz y el cuadro de historia.
En estos cuadros, el artista retrataba a modelos vestidas con atavíos exóticos o de estilo antiguo , utilizándolos para figurar personajes históricos . En esta tipología entra también la Joven de la perla , una obra encantadora denominada por algunos " La Gioconda holandesa ".No es posible,sin embargo, reconocerla entre las genéticamente citadas por las fuentes ; dos " tronies pintadas a la moda turca " enumeradas en el inventario de los bienes de la familia Vermeer , redactadas en 1676 y tres presentadas en la subasta Disius en 1881 , fecha en la que la compró por una cifra irrisoria un avispado coleccionista que en 1902la dejó en herencia a Mauritshuis.
Vermeer pintó a una muchacha vuelta de tres cuartos , con los labios entreabiertos y los ojos húmedos ; la postura y la expresión transmiten una sensación de extraordinaria inmediatez . La modelo lleva una chaqueta amarilla y un turbante azul del que cae una banda entonada con la chaqueta . en la oreja hay una perla en forma de gota, de reflejos opalinos . Es posible que Vermeer pretendiera representar a una musa o a una sibila , pero no hay ningún atributo iconográfico que permita reconocer al personaje.
La pintura está bastante dañada y se percibe un visible craquelado : de todos modos se pueden apreciar las móbidas transiciones tonales del rostro y el sabio uso de barnices transparentes en la parte azul del tocado Estos rasgos recuerdan a la Mujer con jarro a la cual seguramente hemos de referirnos para establecer una fecha crítica. El fondo neutro y oscuro , inédito en la producción del maestro.
Bibliografía : Vermeer , " Edic Biblioteca el Mundo "
Mercedes Tamara
27-08-2014
viernes, 22 de agosto de 2014
EL POEMA DE CÓRDOBA JULIO ROMERO DE TORRES
EL POEMA DE CÓRDOBA , 1913-1915
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El poema de Córdoba óleo y temple sobre lienzo 165 x 528 Museo Julio Romero de Torres, Córdoba |
Al observar El poema de Córdoba no cabe duda que su autor-Julio Romero de Torres. fue uno de los principales representantes del simbolismo en España. Como pintor había tenido una sólida formación académica gracias a la figura de su padre , Rafael Romero de Torres, también pintor y director del Museo Provincial de Pintura de Córdoba. Junto a esta completa formación artística , el haber realizado varios viajes por ciudades europeas en su juventud y la asistencia a las tertulias literarias de Madrid le hicieron tener una visión conocedora y actualizada de los movimientos estilísticos de la época.
Julio Romero de Torres buscó la esencia de su expresión artística en las raíces antropológicas de su tierra. Uno de los homenajes más sentidos fue El poema de Córdoba. Es el tecer retablo que realizó , compuesto por paneles de iguales dimensiones . Cada una de las mujeres , convertidas en alegorías , simbolizan un momento de la historia de la ciudad a la que tanto quiso y representó.
Poema de Córdoba es un políptico obra del pintor Julio Romero de Torres. El políptico, compuesto de siete paneles, es una alegoría de la ciudad de Córdoba a través de sus personajes históricos más ilustres. Actualmente se conserva en el Museo Julio Romero de Torres.
La obra se trata de un políptico compuesto por siete paneles del mismo tamaño excepto el central, que es de mayor tamaño. Cada panel representa alegóricamente a la ciudad a través de algunos de sus personajes más ilustres. De izquierda a derecha: Córdoba guerrera, Córdoba barroca, Córdoba judía, Córdoba cristiana, Córdoba romana, Córdoba religiosa y Córdoba torera.
- Córdoba guerrera: Es una alegoría de la Córdoba del Gran Capitán] En primer plano aparece una mujer con vestido dorado y un mantón rosado. Al fondo aparece un paisaje ficticio en el cual pueden distinguirse el monumento al Gran Capitán, la fachada occidental de la Mezquita-Catedral y la portada del palacio de los Paez de Castillejo. La modelo fue Dolores Castro, conocida como «Pirola, la gitana».
- Córdoba barroca: Es una alegoría de la Córdoba de Luis de Góngora. En primer plano aparece una mujer con vestido grisáceo y un mantón negro, apoyada con ambos brazos sobre un muro. Al fondo un paisaje ficticio en el que se distingue una escultura sobre un pedestal que representaría a Góngora. La modelo fue Encarna Rojas.
- Córdoba judía: Es una alegoría de la Córdoba de Maimónides. En primer plano aparece una mujer con vestido blanco y mantón negro, con la espalda recostada sobre una pared. Al fondo se aprecia un paisaje basado principalmente en la plaza de la Fuenseca y en la que destaca una estatua ficticia que representaría al famoso filósofo y médico judío. Al fondo de la calle se distingue el Arco del Portillo. La modelo fue Amalia Fernández Heredia.
- Córdoba cristiana: Es una alegoría de San Rafael, el ángel custodio de la ciudad. Es el panel central y el de mayor tamaño. En primer plano aparecen dos mujeres en el interior de un edificio, una vestida de negro con mantilla del mismo color y, la otra, con un vestido blanco y mantón rosado. Ambas mujeres, situadas a ambos lados del panel, sostienen entre ambas una escultura del arcángel San Rafael. En el exterior, tras un arco de medio punto, puede observarse un paisaje ficticio compuesto de dos edificios y una fuente. Las modelos fueron de izquierda a derecha Adela Portillo y Rafaela Torres
- Córdoba romana: Es una alegoría de la Córdoba de Séneca En primer plano aparece una mujer con vestido dorado y mantón marrón. Al fondo aparece la Puerta del Puente y una estatua ficticia que representaría al filósofo Séneca. La modelo fue Adela Moyano
- Córdoba religiosa: Es una alegoría de la Córdoba de San Pelagio. En primer plano aparece una mujer vestida de negro con mantilla de igual color, con los brazos cruzados sobre el pecho. Al fondo se observa un paisaje basado en la plaza de Capuchinos. La modelo fue Rafaela Ruiz
- Córdoba torera: Es una alegoría de la Córdoba de LagartijoEn primer plano aparece una mujer con un mantón rojizo sobre el hombro, simulando ser un capote de brega. Al fondo puede distinguirse la plaza de la Corredera así como un monumento ficticio al torero Lagartijo. La modelo fue Ángeles Muñoz
Bibliografía : Wikipedia
Mercedes Tamara
22-08-2014
lunes, 18 de agosto de 2014
LOS NIÑOS DE LA CONCHA BARTOLOMÉ MURILLO
LOS NIÑOS DE LA CONCHA 1670
viernes, 15 de agosto de 2014
PEREZA ANADALUZA , JULIO ROMERO DE TORRES
PEREZA ANADALUZA
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Pereza andaluza óleo sobre tabla 72,80 cm x 47, 80 cm Mueso de Bellas Artes, Córdoba |
Al igual que otros pintores , las primeras obras de Julio Romero de Torres fueron un momento de búsqueda de un estilo propio . El pintor acogió referencias de movimientos diversos e inspiraciones de otros creadores. Influencias del prerrafaelismo, del modernismo y del simbolismo caminan juntas en sus obras, unificadas por una preocupación por la plasmación de la luz y congregadas en una especie de naturalismo impresionista.
Un aprendizaje intenso dentro de la estética finisecular hasta que el pintor encontró su propia poética . Conforme esta primera etapa va avanzando en el tiempo, es también frecuente una temática de denuncia social . Hacía 1900 su paleta manifiesta el momento más luminoso con un colorido encendido y una paleta más suelta
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Obra de los comienzos del autor, nos muestra una obra llena de luminosidad y donde podemos destacar el uso del color verde. En la obra podemos ver que la acción se desarrolla en el interior de una vivienda familiar donde podemos ver a una mujer joven sentada en una silla en la cual se ha quedado dormida a la vera de un típico patio cordobés lleno de plantas y flores donde podemos destacar un platanero,, hiedra, geranios...
Es una obra con un claro estilo modernista, realista y costumbrista, en la que podemos destacar la sensación de calma, paz y tranquilidad que transmite todo la obra y parece que el tiempo se detuviera, podemos también destacar que aparece en la obra el antiguo y típico uso de las cortinas de colores oscuros, en este caso azul marino, que dejaban entrar el fresco al interior de la casa y no dejaba pasar la luz en los calurosos veranos cordobeses.
Bibliografía : Julio Romero de Torres " Entre el mito y la realidad "
Museo Carmen Thyssen, Málaga
Mercedes Tamara
15-08-2014
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